Las acequias de Vincocota

Por el lecho de estas acequias corría el agua que regaba las chacras y los huertos (aún hoy, por suerte, sigue siendo una práctica ancestral). En su discurrir presuroso se podía escuchar el ruido de su pequeño caudal, que era más intenso cuando pasaba por pequeñas cascadas. Y había que correr detrás del agua para que su marcha no se detuviera por el acumulo de las hojas secas que caían de los árboles. Y si eso pasaba, el agua se estancaba desparramándose por todos lados. Y en el trayecto, de rato en rato, había que ir vigilando su cauce por si algún vecino desviaba el agua a sus propiedades.
De niños jugábamos en ellas soltando barquitos de papel, usando las vainas secas de la "uña de gato" como embarcación o una hoja grande de chirimoya sobre la que montábamos algún insecto como pasajero. Y si no era eso, nos dedicábamos a taponear con piedras las acequias para represar el agua y luego dejarlo correr como si fuese un aluvión. Y delante de esa avalancha debíamos correr para que el agua no nos alcanzara. O, a veces, nuestra gran imaginación infantil nos hacía construir pequeños puentes por donde hacíamos pasar los carritos de juguete cargados de lo que sea, con simulación de atascos y volcaduras incluído. ¡Qué vida más maravillosa cuando se vive en el campo!

El agua pasa de chacra en chacra hasta llegar a su destino de turno. Actualmente hay un juez de agua que se encarga de los turnos de riego. Hace décadas atrás era quien madrugaba primero. Por eso el riego era una tarea nocturna o muy madrugadora.

En la foto se aprecia a don Manuel Luna en plena faena, con la herramienta adecuada para estos menesteres. Años atrás el regador más famoso de Vincocota era don Niceto Leiva. Esta remembranza es un homenaje a él y a quienes hicieron del riego su oficio.

Bajo la sombra de los árboles y siempre por el borde de las chacras, las acequias se conectan mágicamente para llevar vida a la plantas.