Cultura andina
Década del 70. En Vincocota ni en Rahuapampa había luz
eléctrica. Tampoco en otros pueblos de la zona. Todos se alumbraban
con velas, candiles o lámparas (chiuchi), y algunos pocos con
Petromax. A pesar de eso la radio nos hacía compañía gracias a
las pilas Rayo Vac. “Rayo Vac es la pila”, como decía su spot publicitario.
Al no haber energía eléctrica, ni tantos satélites en órbita ni
tantas ondas electromagnéticas en el espacio, podíamos escuchar con bastante
nitidez muchas emisoras de radio del Perú y de otros países. En
las mañanas era imprescindible sintonizar radio Unión y radio El Sol para
escuchar las noticias. Así, un 31 octubre 1973, supimos que
Lucha Reyes había muerto. El impacto de esa noticia fue tan grande que hasta
ahora lo recuerdo como si fuese aquel día. Se dijo entonces que la
cantante criolla “murió cantando su última canción”; y esa canción la
repetían una y otra vez arrancándonos el alma. Y para hacer más dramático
el hecho, transmitían principalmente la estrofa final en que la morena de
oro cantaba sollozando su muerte disfrazada de despedida. Eso, para cualquier
niño sensible, es brutal.
Pero así como hay recuerdos teñidos de drama, hay otros más
alegres vinculados también a la música. Escuchando “Goles, pregones y
canciones” de radio Unión, que lo conducía Raúl Maraví y
Nancy Carrillo -espero no equivocarme-, conocimos a Barry White, ese negro inmenso en talla y voz grave y potente. Pero yo no me hice fan de Barry, sino de Raúl
Maraví. Digamos que era mi ídolo, mi referente. Tanta habría sido su fama
por aquellos pueblos que vi en Facebook que alguien de la zona tiene su nombre y apellido: Raúl Maraví Mallqui Somoza. Supongo un homenaje de su padre al
locutor deportivo.
Hace un par de años me crucé con el mismísimo Maraví en un
restaurante de Lima; estaba en tertulia con otros locutores deportivos. No fui
lo suficientemente atrevida para acercarme a él y contarle todo esto.
Curiosamente, cuando me tocó estudiar periodismo, pude haberle conocido porque dos compañeros de clase trabajaban con él, pero no. En cambio conocí a la mayoría de locutores de Ovación gracias a
que otro compañero de estudios, que ahora es un famoso narrador de carreras automovilísticas, laboraba con ellos como practicante. Además, el lugar donde yo estudiaba estaba a pocos pasos de radio El Sol, que era la emisora que por años trasmitió ese emblemático programa fundado por Pocho Rospigliosi. Y a Pocho, después de haberlo escuchado por tantos
años en Vincocota, lo podía ver casi a diario saliendo o entrando a la radio.
Desde el centro del Perú también nos llegaba la
potente señal de radio Libertad de Junín y de radio Chinchaycocha,
que eran imprescindibles para escuchar huayno con arpa oyonesa, un género
que irrumpió con tal éxito que otras propuestas musicales
terminaron opacadas. El famoso más famoso se llamaba Mario
Mendoza. Todos los chicos querían cantar como él o tocar como Lucio
Pacheco. A partir de ellos se produjo una avalancha de estrellas, como Alicia
Delgado, que se convirtió en la exponente más destaca del
huayno con arpa de la sierra limeña.
Y esta gente, en pleno apogeo de su carrera, iba
a Rahuapampa para hacer presentaciones en el escenario
de la escuela primaria. Llegaban en caravana de cinco u ocho artistas, todos
en la cresta de la ola. ¡Era imposible perdértelo! Para estar más
cómodos cada uno llevaba su silla para sentarse. Entonces los shows eran recitales, y no esos conciertos
desmesurados que se ven ahora, plagados de cerveza y borrachera. Nadie rompía
filas para bailar, lo más que se hacía era corear la canción o pedir a voz en
cuello ¡otro, otro, otro!
Pero en los 70 no todo fue música. La cultura
también tenía expresión política. En esa época, en el colegio, algunos
chicos de las promociones mayores deslumbraban con sus discursos
revolucionarios, y otros lo intentaban rasgando el castellano.
Entonces era una moda ser maoísta, leninista, marxista,
castrista o guevarista. Sin conciencia política ni idealismo, me gustaba
comprar las calcomanías del Che Guevara para pegarla en
mi bicicleta previa remojada en agua. Es que solo así podía desprenderse la
figura. El Che también adornaba la cabecera de mi cama y se mezclaba sin distinción con flores,
pajaritos y con adhesivos circulares de betún Kiwi. Esos adhesivos venían dentro de la lata del betún y la figura era, como no, el kiwi, ese ave símbolo de Nueva Zelanda al que diseñaban con camiseta crema de la
U, mi equipo de toda la vida.
Al estar en boga la corriente comunista, era habitual
ver libros de Mao Tse Tung en manos de los
estudiantes “revolucionarios”; nunca me sedujo ese tipo de bibliografía,
pero cuando inicié mis estudios superiores, supongo siguiendo la misma
onda revolucionaria de los educadores, me vi obligada a leer a Marx, Lenin,
Mariátegui. Y todo bien.
A mí lo que encantaba de todo ese rollo comunista era la
revista China Reconstruye, cuyas páginas contenían maravillosas
fotografías de los hermosos campos de la República Popular China, donde
todos los chinos prácticamente vestían el mismo traje que solía usar Mao.
Con el mismo entusiasmo que leía China Reconstruye,
también leía la revista Life, un gigantesco magazine
estadounidense que llegaba a casa creo que por suscripción a través del
correo de Rahuapampa. Si en China Reconstruye me deleitaba con
los campos y las labranzas de la tierra, en Life me
ponía al día con los últimos sucesos de Jackeline Kennedy,
Aristóteles Onasis, Sophia Loren o cualquier otro personaje de trascendencia
mundial. Dice Wikipedia que la edición en español de Life se
hizo “con la finalidad de concienciar sobre los peligros del comunismo y de
idealizar el estilo de vida americano”. Eso mismo, en versión
contrapuesta, se puede decir de China Reconstruye y de los
libros de Mao, de Marx, de Lenin. Bueno, llegó Velasco y prohibió
la circulación de Life, dice la historia. Y con esa historia nos
quedamos.
Cultura andina
Reviewed by Rahuapampa
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mayo 16, 2020
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