Con la apertura de carreteras y la proliferación de vehículos motorizados, los burros han pasado a ser una especie rara en los pueblos rurales. Por suerte, en Vincocota aún se pueden ver algunos ejemplares en rutinas habituales: unos caminan lánguidos y entristecidos, como si arrastraran el cansancio de una pesada vida. Otros disfrutan del ocio comiendo los raleados pastizales junto a su nueva prole. Los menos afortunados están en plena faena, dando vueltas sobre un lecho de espigas de trigo para separar el grano... ¡Toda una vida al servicio del hombre!
En la década de los 70, si mal no recuerdo, empezó la debacle de un pequeño poblado llamado Pachi. Como si hubiese sido sometido a dinamitazos sistemáticos, el cerro de Pachi se fue viniendo abajo día a día, levantando inmensa polvareda cada vez que se desprendían las rocas y la tierra. A veces el derrumbe estaba precedido de intenso ruido, pero en época de lluvia las caídas eran catastróficas, pues ahí se originaban descomunales huaycos de lodo y piedras que bajaban por toda la quebrada camino al río Puchca.
La incontenible falla geológica hizo que las casas y los árboles se vinieran abajo, y gracias al zoom de la cámara recién pude conocer este trágico suelo, donde sólo han quedado como vestigios de vida unos cuantos árboles de eucalipto.
El agua siempre ha sido escaso, pero en medio del clima caluroso de Vincocota hasta un chorrito es alivio para el alma, esperanza para las plantas y alimento para el pueblo. Pero el agua, al parecer, no significa nada para quienes dirigen la comunidad. Su supremo valor, que no sólo está en su naturaleza vital sino en lo que representaría para el desarrollo agrícola, no es materia de primer orden en ninguna agenda. El "desarrollo", según concepción andina (siento decirlo, y me excuso de decirlo, pero debo decirlo), son estadios, piletas, ornamentos, que no aportan al progreso socio económico del pueblo, base fundamental para el desarrollo de cualquier comunidad. Y el agua, en nuestra tierra, es el gran tema que nadie resuelve habiendo recursos y acceso a la ingenería de primer nivel si se apostara por ella. ¡Ya basta de pichiruchadas!
Camino en silencio, apenas escuchando el ruido de mis pasos, pero al llegar a los huertos más frondosos, donde crecen los frutales más diversos, un par de avecillas se despachan con hermosos cánticos mientras brincan de rama en rama. No es fácil verlos, pero con un poco de agudeza visual y la ayuda del lente fotográfico, puedo descubrir a un pajarillo de pecho amarillo y cabeza negra al que le llaman Ken Ken. Y ese nombre debe a la onomatopeya que emite al cantar.
Pero el Ken Ken no es la única especie. A vuelo raudo, como si quisiera evadir la puntería de algún desalmado hondillero, veo un solitario Huanchaco, con su intenso plumaje rojo, posando en la punta de alguna rama, tal vez descansando del agitado aleteo.
En esos mismos linderos, un Picaflor verdusco busca el néctar de una flor. Desde lejos, fijo el objetivo en su figura y noto que me observa temeroso, pero también esperanzado en que plasme su imagen como evidencia, o tal vez como reclamo, para que se respete su hábitat.
Y aquí el río Puchca inmenso y eterno, con su cauce desperdigado, amenazando engullirse una parte del pueblo. No es justo que por extraer arena se ponga en peligro la carretera y las casas que yacen en lo alto de la ribera. No se trata de a quién afecte, la conservación y mantenimiento de las vías y la protección del pueblo, no tiene nombre propio. Es un bien común que se debe proteger en favor de todos, inclusive de los pasajeros que transitan por ahí.
Estampas
Reviewed by Rahuapampa
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julio 06, 2012
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